¡Gracias, Escuela Comunitaria Luisa Goiticoa!

Corría el año 1927 allá en Inglaterra, y el filósofo inglés Bertrand Russell decidió -junto a su esposa Dora- que no enviaría a sus dos hijos, John y Katharine, a un colegio tradicional. Se consideraban lo suficientemente preparados académicamente y con los recursos económicos suficientes, como para fundar su propia escuela, y eso hicieron. Fundaron una escuela en un lugar llamado Beacon Hill y allí estudiaron sus hijos, junto a otros niños que fueron inscritos. Su escuela pretendía ser diferente a las demás, con una filosofía diferente a las demás. La escuela se inspiró en filósofos que ya habían reflexionado antes que Russell el tema de la educación, como Dewey, Rousseau, Locke y Kilpatrick, en lo que se dio en llamar la pedagogía progresista.
Russell y su esposa incorporaron algunas de sus propias concepciones, muy avanzadas para la época, en asuntos tales como el feminismo, la educación sexual, el alcance de la libertad y la esencia de la naturaleza y la curiosidad humanas. Russell creía que al niño se le debían presentar todas las alternativas sobre un tema, y dejarle que decidiera por sí mismo. En la Beacon Hill no había libros de texto, excepto los de matemáticas. Russell decía: “No se le negará u ocultará ningún conocimiento de cualquier tipo o especie a los niños y a los jóvenes; Se respetarán las preferencias y particularidades del niño, tanto en sus tareas como en el comportamiento individual; La moral y el razonamiento surgirán de la experiencia real de los niños en grupos democráticos, y nunca de la necesidad de la autoridad o la conveniencia de los adultos”
Katharine, la hija de Bertrand Russell, ya de adulta, recuerda la educación que recibió en Beacon Hill y cuenta lo siguiente: “Los temas que se estudiaban no sólo eran difíciles, sino controversiales. Mi padre no pretendía que su educación fuese propaganda. Él siempre quería que considerásemos ambos lados de un tema antes de emitir una opinión. Aunque, en la práctica, “making up our own minds” (es decir, formarnos una opinión) por lo general significaba estar de acuerdo con mi padre, porque él sabía tanto y podía argumentar tan bien las cosas! y además, porque cuando escuchábamos “el otro lado” provenía de gente que en realidad estaba en desacuerdo con tal punto de vista”. En la escuela de Russell también había enseñanza formal, pero los niños, sobre todo los menores de 7 años, no eran obligados a recibir clases. Trabajaban con cubos, plastilina y, como Russell las llamaba, “the Montessori things”. Ningún niño era obligado a ir a clases. A partir de los siete años se les asignaba "cierto trabajo a la semana", y se esperaba que el niño "hiciera un esfuerzo para completar el trabajo de su semana". En el folleto informativo de la escuela, Russell concluía con la siguiente afirmación: "Nuestro objetivo no es producir intelectuales apáticos, sino jóvenes llenos de esperanza constructiva, conscientes de que hay grandes cosas por hacer en el mundo, y con las habilidades requeridas para hacer su parte".
Desafortunadamente, la experiencia educativa de Russell fracasó, porque no pudo sostenerse a sí misma. Fue un intento, sincero y generoso, por reescribir la educación de los niños, con una meta loable: egresar personas con la habilidad de ver los problemas del mundo y enfrentarlos. Pero como luego reconoció su esposa Dora: “Sabíamos de Freud, Adler, Piaget, Pestalozzi, Froebel, Montessori y Margaret McMillan. Pero creer que por tener un título en Cambridge y una biblioteca llena de libros de educación nos preparaba para educar niños era tan ingenuo como pensar que por poseer un título de químico se podía ser chef”
Y es que la profesión de maestro es una de las tareas más difíciles que existen porque requiere de habilidades y talentos que difícilmente se encuentran todas juntas, como la sensibilidad, la firmeza, el amor, la honestidad, la integridad, la responsabilidad, el afecto, la rectitud, y, sobre todo, la vocación y la entrega. La profesión de maestro es compleja y delicada porque su desempeño influye y afecta las etapas cruciales de la formación y consolidación de la personalidad del niño y el adolescente.
Pero así como la experiencia de educación progresista y libertaria de Russell fracasó, otra experiencia similar, llamada Summerhill, iniciada, también en Inglaterra, por el maestro Alexander  Neill, no fracasó, y sigue graduando estudiantes, desde su fundación en 1921. Se sustenta en el principio de que los niños aprenden mejor en libertad que bajo coacción. En Summerhill, todas las clases son optativas, voluntarias, y los alumnos tienen la libertad de escoger qué hacer con su tiempo. Su fundador creía que “la función del niño es vivir su propia vida – y no la vida que sus ansiosos padres creen que debería tener, ni una vida que siga los dictámenes de un maestro que cree saber mejor lo que al niño le conviene”
Hay algo en común en las experiencias de Russell y Neill. El énfasis dado a la libertad. Y hay una diferencia importante: Summerhill desarrolló normas mínimas de convivencia. Neill escribió un libro, cuyo título sigue siendo la máxima de Summerhill: “Freedom, not Licence”: un principio según el cual puedes hacer todo lo que quieras, siempre que no causes daño a los demás. En Summerhill la mayoría de los estudiantes asiste a clases, y hay algunos que deciden ir a su propio ritmo y aprender por su cuenta. Lo interesante es que los que faltan a clases son criticados por sus propios compañeros por perderse el avance de las clases y son conminados a ponerse al día. La impresión que se tenía de Beacon Hill, tal como lo reconoció Dora Russell años después, era la de un lugar salvaje dirigido por unos locos principiantes.
La Escuela Comunitaria Luisa Goiticoa no tiene nada que envidiarle a las escuelas progresistas que he mencionado. Por muchas razones, una de ellas es que, a diferencia de Beacon Hill, no está dirigida por principiantes en la educación, sino por maestras, educadoras, psicólogas y psicopedagogas, con décadas de preparación, postgrados, y experiencia. Y, a semejanza con Summerhill, este equipo de educadoras ha sabido darle a la libertad un valor fundamental, y la han reforzado con la alegría, la tolerancia, la inclusión y el amor como valores fundamentales de la Escuela. Yo tengo apenas dos años como maestro en esta escuela y empiezo a comprender lo hermoso de su esencia. Esencia que seguramente quedó en ustedes, jóvenes que hoy se gradúan.
Recuerdo que cuando me tocó dar mi primera clase de Biología en 4to de Ciencias, mi plan de evaluación preveía un seminario grupal sobre las distintas teorías del origen de la vida, plan que le comenté a la profesora Eunibia, que me dijo: “Recuerda que la filosofía de esta escuela parte del principio de tomar en cuenta todos los puntos de vista, inclusive los del creacionismo, así no estemos de acuerdo”. Y así se hizo, para lo cual reconozco que tuve que vencer algunas resistencias internas, y un grupo escogió el creacionismo como el tema de su seminario. Los estudiantes prepararon una hermosa presentación basados en el Popol Vuh, en libro de los Vedas, y la Biblia. Otra experiencia parecida la tuve en 4to. año de Humanidades cuando estudiábamos a Santo Tomás de Aquino, el filósofo que logró amalgamar los postulados aristotélicos con la filosofía cristiana de San Agustín. En esa ocasión, los estudiantes declarados no creyentes asumieron el rol de defensores de las pruebas ontológicas de la existencia de Dios, y los creyentes intentaron defender el punto de vista contrario. Otro momento similar ocurrió con el debate entre capitalismo y socialismo de la asignatura Premilitar, donde el capitalismo fue defendido, muy bien a mi manera de ver, por estudiantes con una clara afinidad por el socialismo. Estos ejemplos muestran que en la Escuela Comunitaria Luisa Goiticoa es verdad eso del ejercicio de la tolerancia, el ser capaz de aceptar los puntos de vista distintos a los propios, una de las cosas que más me ha enamorado de esta escuela.
Hace poco, los estudiantes de filosofía de 4to. año de Humanidades, los próximos que estarán sentados en esas sillas donde están ustedes ahora, escribieron unos ensayos sobre “¿Qué cambiarías en tu escuela si fueses Rousseau?” y fue grato leer cómo muchos decían que se sentían muy a gusto y cambiarían pocas cosas, apenas el sistema de materias electivas hasta incluirlas….a todas. Fue grato leer que los propios estudiantes se sienten en libertad, felices y queridos. Y yo diría que bien preparados en lo que a contenidos programáticos se refiere.
Creo que esta escuela, más que comunitaria, o, además de comunitaria, debería llamarse Escuela Experimental Luisa Goiticoa, no sólo por la cantidad de ensayos novedosos en pedagogía que se han hecho, sino por todos los que aún se pueden hacer. Recuerdo una clase de 5to de Humanidades donde discutíamos la filosofía educativa de John Dewey, así como el sistema educativo finlandés, uno de los mejores del mundo, cuando surgieron ideas interesantes de cómo quisiéramos que fuese la escuela. Surgieron ideas de pedagogías experimentales novedosas, por ejemplo: que se acabase la separación entre ciencias y humanidades y, nuevamente, así como dijeron los de 4to, que sólo hubiese un grupo de materias obligatorias y que el resto fuesen electivas. La cuestión da para un largo debate: ¿cuáles serían las obligatorias y cuáles las electivas? ¿Cómo se armonizaría eso con las exigencias que siguen al salir de bachillerato? La cuestión es compleja porque no somos una isla. Hay un macro sistema educativo allá afuera que desde hace décadas está intentando cambiarse a sí mismo y aún no lo ha conseguido. ¿De qué sirve innovar en contenidos programáticos si luego te atrapa un macro sistema con exigencias formales que echan por tierra cualquier innovación previa? Ambos esfuerzos deberían ir de la mano.
Pero, indudablemente, a pesar de sus fortalezas pedagógicas y filosóficas, en la Escuela siempre quedan o aparecen cosas por mejorar. Veo a un grupo de maestras y maestros decididos a seguir luchando por mejorarse a sí mismos, nutriéndose de esa visión humanista y progresista que le dio su personalidad y que es su sello que la diferencia de otras instituciones. 
Si por mí fuese, las Humanidades y las Ciencias deberían estar fundidas en un solo bachillerato, complementándose la una a la otra. No concibo a un bachiller en Ciencias ajeno a la filosofía o a la sociología así como no concibo a un humanista que desconoce la diferencia entre corriente alterna y directa, o no ha disfrutado la fascinación de construir una pila galvánica. Ambas disciplinas deberían ir juntas, con una visión práctica de las ciencias naturales que incluya a la biología junto a la química y la física, y una visión de la filosofía que se integre con la filología y la sociología. Aprender a hacer un circuito eléctrico, a fabricar un jabón o a realizar un cultivo hidropónico no debería ser exclusivo de científicos, así como discutir sobre los qualia, la hermenéutica, la epistemología o la dialéctica, no debería ser patrimonio cultural de los humanistas. Hacer deporte, aprender economía, aprender a ser emprendedores, hablar inglés, francés. Este es el momento del big bang, la adolescencia es una gran explosión de intereses, curiosidades y sueños.
La idea no es egresar enciclopedistas cargados de saberes innecesarios, sino que el bachiller desarrolle, no sólo sus inteligencias emocionales y afectivas, sino los saberes prácticos que le permitan un desenvolvimiento autónomo en la sociedad. Mi visión del éxito social tiene que ver primeramente con la realización de esos valores que mencioné antes: libertad, tolerancia, felicidad, inclusión y autoestima, y a ellos les añado una buena dosis de conocimientos en áreas como lengua, matemáticas, arte y ciencias. Y me quedo corto.
Creo en los méritos, en la exigencia y en la búsqueda de la excelencia, no sólo académica sino humana, en contraposición a la mediocridad, el facilismo y la corrupción del saber, que la hay. Hace poco, un examen de admisión de la Universidad Simón Bolívar tuvo que ser suspendido porque se supo que la prueba había sido vendida antes del examen. Imaginen empezar una carrera universitaria de esa manera ¿qué podrá esperarse de una generación que se inicie bajo semejante acto de corrupción?
Les pregunto ahora: ¿Se sintieron ustedes, bachilleres de la República, en libertad en esta escuela? ¿Se sintieron felices durante su permanencia en ella? ¿Se llevan un recuerdo positivo, constructivo, libre, feliz, tolerante, incluyente, de su escuela? ¿Les ayudó a madurar, a sentirse seguros para enfrentar la nueva vida que les tocará vivir? Ojalá que la respuesta a estas preguntas sea un rotundo SÍ.
Para concluir, quisiera darles algunas recomendaciones para esta nueva etapa de sus vidas que aguarda por ustedes: Primero que nada: sé feliz, sé libre, si vas a una universidad, instituto o academia siéntate en los asientos más cercanos al pizarrón, tómate tu carrera en serio, no estudies solo, arranca con buenas notas que ya después verás que todo se te hará más fácil, desconfía del que te dice “10 es nota y lo demás es lujo”. Dedícate a lo que te gusta, hazlo con pasión. La universidad te brindará múltiples opciones para tus múltiples intereses: deportivas, intelectuales, artísticas, políticas, además de las que forman el núcleo de tu carrera. Si lo deseas, involúcrate en actividades extra-académicas en la justa medida que no entorpezcan tu rendimiento académico.

Bríndale a este país tu talento, ayuda -con tus conocimientos, tu creatividad y tu ejemplo- a crear un mejor país. Ya sea que te toque ser dirigente de este país, o que tengas tu propia empresa, sea lo que sea que te depare el futuro, por sobre todas las cosas: sé honesto. Todos lo necesitamos. ¡Mucho éxito en todo lo que emprendas! y ¡Felicitaciones!

(Discurso que pronunciara como Padrino de promoción de los estudiantes de Humanidades de la Escuela Comunitaria Luisa Goiticoa en julio de 2014, luego de concluir una experiencia maravillosa de 3 años como profesor de Química, Biología y Filosofía para 4to. y 5to. año). 

Derechos reservados Rubén Carvajal Santana ©

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